QUERIDO PROFESOR:
Soy un sobreviviente de un campo de concentración.
Mis ojos vieron lo que ningún ser humano debería testimoniar:
cámaras de gas construidas por ingenieros ilustres,
niños envenenados por médicos altamente especializados.
Recién nacidos asesinados por enfermeras diplomadas,
mujeres y bebés quemados por gente formada en escuelas, liceos y universidades.
Por eso querido profesor, dudo de la educación, y le formulo un pedido:
ayude a sus estudiantes a volverse humanos.
Su esfuerzo, profesor, nunca debe producir monstruos eruditos y cultos,
sicópatas y Eichmanns educados.
Leer y escribir son importantes, solamente si están al servicio
de hacer a nuestros jóvenes seres más humanos.